By Claudio Iván Remeseira Follow @HispanicNewYork | Posted Friday, Nov. 22, 2013, at 10:48 a.m. ET.
Palabras e imágenes: de esos dos elementos están hechos los mitos. La relación de éstos con la realidad fáctica, ya lo sabemos, es asimétrica. Medio siglo después de su muerte, ninguna de las revelaciones sobre los aspectos más cuestionables de la vida pública y privada de John Fitzgerald Kennedy, desde sus múltiples aventuras sexuales hasta las operaciones encubiertas para matar a Fidel Castro o los supuestamente escasos resultados concretos de su administración, han logrado mellar el extraordinario poder de sugestión que su nombre ejerce aún en Estados Unidos y el resto del mundo.
Ese poder está concentrado en un puñado de frases: "No preguntes qué puede hacer América por ti; pregunta qué puedes hacer tú por América", "Ich bin ein Berliner", y aún el simpático comentario durante su primera gira internacional, "Yo soy el hombre que acompañó a Jackie Kennedy a París", entre otras. Poco importa si estas frases fueron concebidas por él o por su leal speechwriter Ted Sorensen; en boca de Kennedy, en el lugar y momento en que las pronunció, se convirtieron en símbolo del espíritu de su país, de su oposición al expansionismo soviético y de la idealización de la familia moderna, la película de dos jóvenes y glamorosos cónyuges en los que toda una generación quiso verse reflejada.
Este año se cumple también el cincuentenario del discurso de Martin Luther King en las escalinatas
del monumento a Lincoln en Washington, más conocido por la frase que
con su reiteración enhebra el electrizante pasaje final: "Yo tengo un sueño". Once años más joven que Kennedy, el doctor King era en gran
medida su contrapartida negra. Más importante aún, ambos fueron los dos
primeros líderes de la era de la televisión.
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